Mi relación con el deporte ha sido inconstante, alternando temporadas muy intensas con otras de absoluta dejadez. A lo largo de mi vida, aunque no siempre, los picos y valles a menudo se relacionan con una menor o mayor vida social nocturna. Hay gente a la que yo admiro que son capaces de, consistentemente, irse de fiesta muy canalla y luego, entre semana, mantener su rutina de ejercicios y práctica de deportes con mucha intensidad.

Pues yo no, lamentablemente. Ambos mundos me gustan mucho por separado, y no he logrado compatibilizarlos de manera sostenible. Evidentemente, hablo de temporadas, no de un fin de semana o dos aislados, o unas vacaciones.

Así que, dependiendo del año en que me pillases, podría estar fino-fino, o podría estar más para allá que para acá. Pero lo que si es constante, es las ganas de actividad. La pila la tengo cargada y me es difícil estarme quieto sentado en la playa si acaso hay olas, o unas palas, o un frisbee, o un boomerang…

Los inicios

Cuando era muy pequeño, mis padres contaban entre risas que se asustaban porque yo lo único que quería hacer era dormir. Y podía dormir muchas horas seguidas, sin que me despertase el hambre. Algo que parece raro en un bebé, aunque después descubrieron que yo era inapetente; es decir, nunca tenía ganas de comer. Y claro, no me despertaba el hambre.

Al cabo de poco tiempo, la aguja giró 180 grados, y tenía mucha energía, siempre andaba con algo que hacer o pintar o calcular. Es como si esos primeros años de dormilona me hubiesen acumulado energía que se libera de forma constante. Como Obelix y la marmita, pero con una batería.

Para entretenerme, mis padres me federaron en el fútbol desde muy pequeño. A entrenar por las tardes, y fines de semana fútbol. Lo que viene a ser un niño común.

Tierra

Si bota, me gusta. Así que desde pequeño me aficioné al fútbol, al baloncesto y al tenis. Cuando estudiaba en la universidad y se me tostaba la cabeza con aquellas sesiones intensas de estudio, la solución siempre era saltar la valla del colegio y jugar un 21 yo solo en la canasta de baloncesto. Y ya podían ser las 8 de la tarde, o las 2 de la mañana.

Si tiene ruedas, también me gusta. Tengo la inmensa suerte de tener un amigo que no pasó a profesionales del ciclismo porque no le convenció, pero nos ha inculcado el amor por las dos ruedas a su familia y amigos. Salíamos un grupo de pre-adolescentes en aquellas maravillosas bicicletas BMX, decoradas con pegatinas de calaveras ardiendo, bolitas en los radios, ¡y hasta ruedas lenticulares! (qué risa ahora que recuerdo que en el grupo estábamos convencidísimos de que las ruedas lenticulares de mi bici me permitían ir «más rápido», incluso en los días en los que no hacía nada de viento que pudiese ayudar. En realidad, eran un peso adicional a la bicicleta que añadía más inercia, y que por estar girando en todo caso añadían más estabilidad por la conservación del momento angular (efecto giroscópico), pero de ahí a ir «más rápido»… xD).

De la BMX pasé a una Orbea Sierra Nevada con cambios en el cuadro con la que iba y venía a todos sitios, incluyendo a veces al Campus de Rabanales. Y también salía a hacer el camino de Almodóvar con este amigo mío ciclista cuando él tenía que «soltar piernas» entre semana. Él iba a relajar después de haber hecho un entrenamiento largo e intenso, y yo me acoplaba con mi bici detrás de él para que me cortase el viento, porque si no, no llegaba. Diferencias.

El paso a una Mountain Bike es sólo cuestión de flexibilidad acerca de las rutas que podía hacer al ir de excursión.

También me gusta correr por el campo cuando tengo ocasión. No soy un gran corredor en el campo, pero disfruto cuando lo hago.

He tenido la fortuna de tener amigos que me invitaron a hacer escalada con ellos algún día suelto, y la verdad es que me encantó. Me gusta la sensación, y me gusta la filosofía de ese deporte.

Es una maravilla sentir el cuerpo en tensión constante y, sobre todo, vencer los propios miedos.

Con el snowboard he tenido algún percance que otro. Me gusta, pero el primer día es para «cogerle el truco otra vez» y el segundo ya lo disfruto más.

La primera vez que probé el snowboard, en Valdezcaray, alquilando tabla y sin saber mucho lo que hacía, me bajé una pista del tirón. «¡Ah!, entonces» -pensé yo, nacido en Córdoba y al que, con 8 o 9 años, tuvieron que llevar de excursión para que conociese la nieve-, «yo soy un «natural» en esto del snowboard. ¡He nacido para esto!». Me compré el equipamiento y a por ello. El natural, pensó aquí el amigo. Pues anda que «el natural» no se podría haber ahorrado unos cuantos costalazos. Eso sí, cuando le pillo el truco me resulta muy divertido.

Mar

Tuve la buena (o mala, según se mire) suerte de que, el día que fui a comprarme una tabla de surf de segunda mano a Los Caños de Meca, la primera o segunda ola que intenté, la surfeé. En línea recta, sólo unos cuantos metros, pero claro, otra vez, soy un «natural«. Don natural… ¡ja!. Agua salada, he tragado lo más grande. Pero cuando agarro una ola, es una sensación maravillosa.

Lo mejor es que el surf te da la excusa perfecta para darte escapadas una y otra vez al mar. Y si cuando llegas no hay olas, pues te quedas en los pueblos surferos que son un encanto. A veces he hecho un Madrid-Zambujeira do Mar (Alentejo, Portugal, más de 700 km., 8 horas) en fin de semana, llegando a Madrid a las dos o tres de la mañana ya del lunes -y evitando así el atasco de entrada a Madrid-. No me cuesta conducir.

Si la mar está muy rizada o choppy, con un bodyboard o buggy se arregla porque es más tolerante a los fallos y también más descansado con las aletas.

Y si el día no está ni para surf ni para bodyboard tampoco, pues uno se pone a hacer cualquier gansada para estar activo, como pelearse con las olas, que al final de lo que se trata es de pasarla bien.

Habiendo vivido tantos años en Miami, la afición al snorkel surje sola. El agua del mar Caribe es muy cálida -no siempre, pero más de una vez he celebrado el nuevo año en la playa bañándome- y muy transparente.

En Miami las playas son muy buenas; en el Golfo de México son extraordinarias, y hacer snorkel en los cayos de Florida y en los arrecifes de Coral, pues es ya otra cosa.

Desde luego que habrá sitios en el mundo mucho mejores para bucear y hacer snorkel, pero la verdad es que Florida es un privilegio.

En fin, que si estamos en la playa y no se puede hacer surf, ni bodyboard, ni snorkel, ni nos hemos traído las palas… pues mira alrededor que igual estoy haciendo el tarambana por ahí.

Aire

LLegará.