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Visitar un cementerio bonito da la oportunidad de apreciar piezas de arte -tanto esculturas como mausoleos- en un entorno de absoluta paz y tranquilidad. Yo tengo un profundo respeto por los restos de las personas que allí se hallan pero el lugar en sí no tiene para mí la más mínima trascendencia esotérica. Así que me lo tomo como una galería de arte al aire libre.
Una tumba puede decirte cosas tanto del fallecido como de sus allegados. No me refiero tanto a tumbas que están en estado de abandono, porque cuando pasan un par de generaciones no es tan sencillo saber dónde está enterrado quien, y las personas se hacen mayores y les cuesta acudir a cuidar y mantener las lápidas. No me genera una impresión negativa. Pero cuando uno se encuentra con tumbas que, después de décadas están impolutas, y además tienen adornos que se nota han sido puestos allí recientemente, habla del respeto y tradición de una familia.
Hay tumbas desde las que el fallecido continúa hablándole al mundo. Desde epitafios hilarantes y estrafalarios hasta reproches a los que quedan vivos, o manifestaciones de sus -no- creencias. Aquellos que no podían irse sin hacer un chascarrillo o alguna extravagancia. Existen muchas leyendas de epitafios que nunca existieron (como el «Perdone que no me levante» de Groucho Marx, o el «Ya decía yo que ese médico no valía mucho» de Miguel Mihura, pero hay ejemplos reales de epitafios brillantes -en esta lista sólo incluyo aquellos que he logrado documentar online-:
«Te dije que estaba enfermo«, William H. Hahn Jr.
«Y esto es todo, amigos«, Mel Blanc, el doblador de los dibujos animados de los 60 y 70, que despedía los episodios de la Looney Tunes y Merrie Melodies con esa frase.
«Idos, estoy dormida«, Joan Hackett.
«Que conste que yo no quería«, Familia Uralde.
«Cuando nací, todos reían y yo lloraba. Viví de tal manera, que cuando morí, todos lloraban y yo reí.
La marihuana es lo que tiene«, Raúl García.«Soy escritor, pero nadie es perfecto«», Billy Wilder.
Igualmente brillante fue la respuesta de Mark Twain cuando el New York Times publicó -erróneamente- su necrológica: «Los informes sobre mi muerte han resultado ser realmente exagerados«. Otros epitafios reseñables y que son recogidos en libros sobre el tema: «Aquí yaces y haces bien, tu descansas, yo también» en Valencia, «Estoy muerto, enseguida vuelvo» en León, «Mami, llegaremos muy tarde. Espéranos despierta» en Madrid y «Perdone que no asista a su entierro» en Murcia.
En mi caso no puedo tener la certeza de qué sucederá conmigo, más que nada porque no estaré yo a cargo, pero siempre he considerado la incineración como lo más apropiado. Lo de las cenizas tampoco lo tengo claro pero en una urna no, que se crea un lugar a donde ir y al final todos se olvidan, no tienen tiempo, y allí que se queda la urna. Nada, a esparcir las cenizas a lo El gran Lebowski en algún sitio cercano a donde sea que me muera. Para qué voy a decir dónde quiero que se esparzan mis cenizas si cualquiera sabe dónde voy a morir. Y además, para cuando llegue ese momento, a mi no me va a hacer la diferencia. Y si digo, un poner, en la playa de Miami… ¿quien se va a pillar un avión para eso? Nada, nada. Donde sea que pille siempre que sea un lugar respetable y evocador. Que se apañe quien le toque.
Eso si, si tuviese lápida, de epitafio pondría «Telita con la estafa que os tienen montada ahí abajo» o «Ni luz al final del túnel ni ná de ná, aprovecha mientras puedas» -o algo así 😉
Cementerio de Bonaventure
El Cementerio de Bonaventure en la ciudad de Savannah (Georgia) es uno de los tres cementerios considerados más bonitos del mundo. Los otros dos son el cementerio de Père Lachaise en París, y el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires.
Fundado en 1846 sobre una antigua plantación, se extiende sobre 100 acres de terrenos arbolados y paisajes cuidados, ofreciendo una mezcla única de historia, arte y naturaleza.
Es tan grande que se puede recorrer en coche, y cuando llegas a la zona que quieres visitar, aparcas en un lado y vas a pie.
Es famoso por sus mausoleos elaborados, tumbas antiguas y la presencia omnipresente del musgo español que cuelga de los robles, creando un ambiente casi etéreo.
El musgo español (Tillandsia usneoides) es una planta epífita que se encuentra comúnmente en el sureste de Estados Unidos. Aunque se le llama «musgo», en realidad no es un musgo verdadero, sino un bromelia que crece colgando de los árboles.
El musgo español está omnipresente en las calles de Savannah y en este inmenso cementerio crea un ambiente etéreo y de calma.
El cementerio alberga las tumbas de muchas figuras históricas de Savannah, incluyendo a miembros de familias prominentes, soldados confederados y otros ciudadanos notables.
La tumba del soldado Patterson, muerto en Francia en la Segunda Guerra Mundial, tenía plantada una banderita de los Estados Unidos al lado.
Aunque ya era una atracción turística a nivel nacional, el Cementerio de Bonaventure fue prominentemente descrito en la novela «Medianoche en el Jardín del Bien y el Mal» de John Berendt, y posteriormente en la película homónima. La estatua «Little Wendy» o «Girl Bird» -que adornaba una tumba y que escogieron para la bellísima portada de la película- se convirtió en un lugar turístico tan famoso que tuvieron que llevársela a otro lugar por la afluencia tan grande de turistas que iban a verla. Ya no estaba cuando fui. Ahora es una estatua de otra niña la que acapara la atención, y la han tenido que vallar.
El símbolo cristiano que consiste en una «P» y una «X» superpuestas es conocido como el Cristograma o Cruz de Constantino. La «P» representa la letra griega «rho» (Ρ), y la «X» representa «ji» (Χ), que son las primeras dos letras de la palabra griega «Cristo» (Χριστός). Este símbolo se utiliza para representar a Jesucristo y es un emblema del cristianismo. El Cristograma fue adoptado por el emperador romano Constantino I en el siglo IV, quien lo usó en su estandarte durante la batalla del Puente Milvio.
El cementerio Bonaventure de Savannah es precioso. Tiene ese aire de sociedad sureña/confederada pudiente y esos árboles tan grandes y ese musgo colgando le confieren un aspecto de remanso de paz. También he ido a Recoleta y Père Lachaise y, siendo tan diferentes entre sí, no sabría decir cuál de ellos me gusta más.
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