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Después de una noche de un descanso cuestionable tenía delante la etapa más larga, y que dicen es una de las más duras de todo el Camino Francés por un par de subidas sostenidas que hay que afrontar. Al despertar noté una pequeña molestia en la rodilla derecha. Los días anteriores la había notado un poquito más cargada e hinchada pero es normal, no estoy acostumbrado a caminatas de esta magnitud. En alguno de los miles de pasos pisas una piedra o apoyas mal y se resiente un poquito el tobillo, la rodilla o el pie. Pero como están calientes, ni lo notas en el momento. La gran disyuntiva era si podría hacer toda la etapa o tendría que pararme en Melide, que es un pueblo grande a mitad de la etapa donde confluye otro ramal del Camino. La decisión tenía que tomarla por la mañana porque iba a usar el servicio de portes de mochila, y tenía que indicar a dónde quería que me la enviasen. Decisión: hasta Arzúa, con un par. Si evitamos los retos nunca sabremos cuán capaces somos.
El día se inició charlando amistosamente con la encargada de los desayunos en el albergue. Bueno, desayunos y también luego limpieza de un albergue de 4 plantas más sótano. La actitud de la chica, una inmigrante magrebí, era absolutamente descomunal: además del trabajo de mantenimiento en el albergue, tenía una granja donde criaba animales que sacrificaba por temporadas y enviaba a diversos lugares del país por encargo. Decía que a ella no le costaba trabajar, que quería labrarse un porvenir. Había llegado hacía más de 10 años a Galicia, con una historia familiar truculenta que estaba superando. Una delicia de mujer, y un relato de vida de los que dan esperanza y relativiza las dificultades que uno haya podido pasar.
A lo largo del Camino vas conociendo personas de diversas procedencias, con diferentes motivaciones y contextos. Las interacciones suelen ser más o menos breves, pues no siempre el ritmo de pasos es el mismo, o las paradas para tomar algo o descansar no coinciden. Con la misma naturalidad que uno se saludó, se despide.
Los caminantes forman una comunidad de amistades efímeras en el momento, pero que pueden perdurar hasta mucho tiempo después. Un par de amigos que hicieron el camino por separado en 2023 me dijeron que aún tienen algún grupo de whatssap con el grupo de caminantes que fueron construyendo a lo largo del trayecto, y algunos de ellos han hecho por verse aún cuando viven en lugares muy distantes.
El Camino no le resulta fácil a todo el mundo, pero siempre vas a encontrar a alguien que se interese por ti si te encuentras en dificultades.
En ocasiones la conexión torna a ser mucho más profunda e interesante, y uno aprovecha la ventaja de lo efímero y distante en el tiempo y el espacio: si lo más probable que no vuelvas a ver a alguien jamás en la vida, ¿por qué no hablar sin filtro de las cosas que te importan?. Tantas horas de caminata dan para muchos temas y muy variados de conversación, y de pronto uno se encuentra conversando sobre lo humano y lo divino con alguien con quien ha conectado espontáneamente y de forma inesperada. Que sorprende por su belleza y que toca dentro, que estimula y trasciende; a veces sucede algo maravilloso sin esperarlo. Magia.
A lo largo del Camino uno va andando a un ritmo que puede -o no- asemejarse al de la gente alrededor. Por alguna razón el ritmo de andar en el que yo me sentía cómodo estaba por encima de la media, por lo que habitualmente yo adelantaba a muchos más peregrinos de los que me adelantaban a mi. Al pasar es costumbre desear «Buen camino» al peregrino con el que compartes ese momento, a modo de saludo. Se responde «Buen camino» o, si es una despedida más definitiva, «Buen camino y buena vida».
En tiempos anteriores se decía «Ultreia et Suseia«, expresión que ya se puede encontrar en el Código Calixtino. «Ultreia» procede de la raíz latina «ultra» y viene a significar «más allá», o «más adelante». Se usa como apoyo entre peregrinos, refiriéndose a que aún queda más Camino por recorrer, más retos físicos -o espirituales- que hay que superar, pero que hay que llegar a Santiago, ese objetivo compartido. «Suseia» significa «más arriba», que también hace referencia a los desniveles -quizá también espirituales- que hay que ir superando sucesivamente hasta alcanzar el último monte desde donde ya se puede ver la Catedral de Santiago, el Monte do Gozo.
La rodilla ya me estaba molestando un poquito más de la cuenta pero hasta ese momento el ritmo de caminar no había sido muy exigente.
Melide es un pueblo muy vivaz y colorido, con un puente muy bonito, donde se unen el Camino Francés y el Camino Primitivo. Las calles estaban repletas de peregrinos, con juglares y músicos tocando la guitarra. También había un trenecito turístico cuyos viajeros saludaban a los peregrinos al pasar.
Un lugar apropiado para despedirse de la estrella de mi camino y seguir adelante en busca de conseguir mis propios retos. -«Buen camino y buena vida». No sin tristeza, continué avanzando.
A la salida de Melide hay un buen desnivel que superar y pensé en darme media vuelta. Pero igual seguí. Me fijé en un grupo de escandinavos que avanzaban a buen ritmo y pensé en hacer con ellos como en el ciclismo: «la goma». Es decir, que me llevasen usándolos como liebre teniéndolos a la vista. Ni en mis sueños. Vaya ritmazo que tenían subiendo los amigos. Los sobrepasé una vez que se pararon a tomar algo y cuando me volvieron a adelantar me fijé en los gemelos de sus piernas: ladrillos de petaca. A dónde iba yo, pero qué iluso que soy xD lmao.
En Galicia dicen que las meigas no existen, pero que haberlas, haylas. Y yo así lo creo, porque de otra forma no hay explicación a que el fiero rottweiler del azulejo de advertencia se convierta en un afable sabueso a su bola que parecía harto de ver peregrinos pasar. A alguna meiga habrá mordido y se llevó un hechizo de vuelta. O quizá es un Rottweiler comprado en Aliexpress.
El cruceiro en Boente junto a la fuente de Salaeta -de propiedades milagrosas, dicen-.
Iglesia de Santiago de Boente con su campana caída.
El último tramo hasta llegar a Arzúa tiene miga. Es una pendiente ascendente sostenida larga, que tras doblar un recodo del camino hacia la derecha, continúa ya por asfalto/acera hasta entroncar con la carretera N-547. Los Km. que ya llevan las piernas se notan. Llegado a ese punto, la rodilla ni la notaba: tenía su propio plano dimensional de existencia alternativo al mío.
¡Reto superado!
La mochila me la habían dejado en un restaurante. Así que una vez la recuperé, busqué un albergue privado donde, según las reviews en Booking, ponían al dueño/gerente a parir de un burro. Los viajeros se quejaban de lo estricto del toque de silencio, y que a partir de las 11 de la noche ¡se cerraba la puerta del albergue!. Y aún habiendo pagado y con tu equipaje dentro, fuera te quedabas si no volvías antes. Y yo para mí pensé: pues después del meneo que llevo hoy entre pecho y espalda eso es justo lo que necesito: un talibán del silencio, un gladiador del descanso, un fanático inmisericorde con los ruidosos, el Primero de su nombre, Rey de los melatoninos y Protector del sueño 😂
Fui testigo de la reprimenda que le echó a un cliente del albergue por querer salir a fumarse el último cigarrillo a las 22:50 h. Que a ver si iba a apurar de más, que la puerta se cerraba con un botón que él pulsaba y se quedaba fuera 😮
Fue una buena elección, aunque considerando mi historial de comportamiento nocturno, sólo para ese día y en aquellas circunstancias 😉
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