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El pueblo de Sarria es el lugar de partida más habitual para hacer el «camino corto» de Santiago, cubriendo aproximadamente los últimos 115 Km. hasta Santiago de Compostela, por la ruta del Camino Francés. Por ello esperaba que hubiese un flujo de peregrinos más grande que los días siguientes, pero claro, es un error de planteamiento. Si consideramos que idealmente todos los peregrinos que comienzan el camino lo acaban en más o menos las mismas etapas, el camino se comporta entonces -con sus variaciones estacionales- como un sistema cerrado de flujo estacionario, por lo que la cantidad y frecuencia de peregrinos es muy similar a lo largo de las etapas que uno recorre.
Cansado del viaje de llegada, y aprovechando que no había nadie en el albergue, dormí a pierna suelta y para cuando quise acordar, ya eran las 9 de la mañana y fui de los últimos en salir de Sarria. No exactamente el último porque uno siempre comparte camino con otra gente, 15 metros por delante o 30 metros por detrás.
La primera disyuntiva vino al salir de Sarria con la opción de seguir dos ramales diferentes del camino: el camino tradicional o el camino alternativo. Sin conocernos de nada, 4 o 5 peregrinos nos miramos unos a los otros y preguntamos cuál era el mejor. Nadie sabía con certeza, pero una muchacha muy avispada hizo una consulta en Google e informó que era mejor ir por el camino tradicional. Ninguno nos conocíamos de nada, pero todos le hicimos caso a aquella chica y continuamos por el camino tradicional separados por unas decenas de metros los unos de los otros. Hábleme de liderazgo natural.
Cargado con mi mochila a la espalda, al salir de Sarria hay un arroyo muy bucólico y unos bosques frondosos, llenos de vegetación… y una cuesta de 800-900 mts. con una pendiente muy vertical que me hizo pararme un par de veces a recuperar el resuello. Así, como para que nos hiciésemos una idea de lo que venía detrás. ¡Bienvenido al Camino!
Una vez alcanzada la cumbre, comienza un camino más o menos plano -con leves desniveles- haciendo un giro hacia derechas y dejando a ambos lados del camino unas estampas del campo gallego labrado. Muy bonito. Estos paisajes son una constante en el camino.
Los establecimientos de hostelería están distribuidos a lo largo del camino a unos intervalos razonables. Es decir, si en uno no estás muy convencido de parar, usualmente en menos de 4 Km./1 hora puedes encontrar otro sitio.
Como ninguno es Usain Bolt y la mayoría tenemos un ritmo similar al andar, más o menos con el mismo grupete de desconocidos con el que comienzas a andar es con el que compartes ese día el camino. Las granjas jalonan el camino y sus animales parecen estar más que habituados al ajetreo de los peregrinos. La misma chica que nos ilustró acerca de qué camino seguir se quedó prendada de unas ovejas que se acercaron a la verja desde donde estaba ella mirándolas. Yo anduve un buen trecho con Dolores y Rodolfo, de San Juan de Tucumán en Argentina, que me preguntaron qué era un hórreo -se ven decenas de ellos a lo largo del camino-, y acabamos conversando acerca del Tratado de Utrech por el que Gibraltar pasaba a ser parte de la corona británica -yo lo confundí con el tratado de Versalles-. Ellos proseguían viaje por España en Málaga y tenían intención de visitar Gibraltar. Les sugerí que visitaran Tarifa y que aprovecharan la carretera de la costa para ver a ojo descubierto África al otro lado del estrecho de Gibraltar.
Este caballo estaba pastando en el abrevadero que se ve al fondo mientras yo le iba a sacar una foto, y no sé qué le llamó la atención, pero al verme se dirigió sin titubeos hacia la verja donde yo estaba. Se dejó acariciar por mi y me buscaba la mano insistentemente. Había un grupo de dos parejas británicas -por su aspecto y acento en inglés- que estaban observándonos y les pedí que me hicieran una foto. Nos reímos cuando la señora que tenía mi móvil dijo: «y éste es justo el momento anterior a que te muerda porque no le das una manzana». Sin embargo no me mordió y se dio media vuelta cuando me fui.
El trayecto a menudo transcurría por el interior de bosques tupidos, cuyos árboles se entrelazaban arriba.
Ésta es la Capela de Santa Mariña en Morgade. Vandalizada o, quien sabe, más accesible a los jóvenes. Adaptarse o morir. Para aguantar según qué cosas, casi mejor morir.
13:39: hora de recoger a las vacas de vuelta.
Lo de los mojones-hitos del Camino parece ser un poco guasa. Como hay varios itinerarios -principal, alternativo, etc..- y diferentes concesiones, parece que la distancia que marcan no es del todo exacta. Aún así, hay varios que son emblemáticos del camino, como éste que marca un número redondo (100) de Km. hasta Santiago de Compostela. Qué chulo es tener un sistema numérico de base diez. ¡qué casualidad! ¡como los dedos de las manos! (/ironía)
El trayecto a Portomarín, a las orilla del rio Miño, lo hice prácticamente del tirón, sin parar, cargado con mi mochila de ~11 Kg. Como no sabía cómo me iba a responder el cuerpo y cuánto iba a tardar en llegar, decidí aplicarme la máxima exigencia desde el principio y no parar salvo necesidad perentoria. Al cabo de 15 Km. mi psique cambió del «vamos a ver si no voy a ser capaz de llegar» al «para lo que me queda de camino, mejor lo hago del tirón y me lo quito de en medio». Así que no paré hasta faltar 2 o 3 Km. para llegar a Portomarín, más que nada preocupado de que no hubiese bares con la cocina abierta para cuando llegase -cosa que, efectivamente, sucede: las cocinas abren a las 7 de la tarde.
Trabé amistad por el camino con una persona con la que, espontáneamente, decidimos ir a dormir al mismo albergue -puesto que no teníamos reserva previa- y luego explorar donde ir para cenar. Improvisadamente, mantuvimos una interesante conversación en un restaurante, rodeados de peregrinos como nosotros. Aprendí que Greta es Margarita en Alemán. En el camino de retorno al albergue capturé esta foto de la iglesia-fortaleza de San Nicolás de Portomarín, que fue trasladada piedra a piedra desde su ubicación original por la creación del embalse de Belesar. Es iglesia-fortaleza por estar a cargo de la protección del puente y del hospital, por parte de monjes-soldados. Es muy bonita aunque su interior es más bien austero.
La noche en el albergue fue peculiar: éramos los últimos en la cocina mientras preparamos una infusión para dormir. Dormir en una litera en una habitación con otras 20 personas -algunos de ellos campeones mundiales de ronquido libre- no me resulta fácil al no estar acostumbrado a compartir mi espacio con desconocidos. Pero así es como se hace en el camino, y definitivamente tiene su encanto. Fue un estupendo cierre a un día muy bueno.
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