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Ubicado en el corazón de los Everglades en el sur de la Florida, el Parque de las Diez Mil Islas (Ten Thousand Islands National Wildlife Refuge) se erige como un santuario acuático excepcional, caracterizado por su intrincada red de islas, manglares y canales que conforman un ecosistema singular.
Las Diez Mil Islas están a unas dos horas en coche desde Miami (tomando como referencia Everglades City), un poco más si se tiene que remolcar un bote de 12 personas en un trailer. ¡Me encanta conducir la pick-up!
Se paga un fee por descargar el bote en la marina…
… pero no hacen descuentos por peligro de fauna salvaje (¡ C U l8r alligator!)
La mayoría de las islas (islotes) son manglares impracticables. Se puede fondear en su proximidad y bañarse, pero no hay prácticamente ninguna que tenga una zona de tierra firme. Sí que existe un embarcadero de madera en una de las islas, en medio de la nada donde, con permiso, se puede acampar y hacer noche. Encima del embarcadero, claro. Cuando uno se adentra en los manglares en cualquiera de las islas, existe la posibilidad de encontrarse con algún alligator.
Indian Key
Así que el día pintaba a día de bote y explorar canales… pero nada como comprar un mapa náutico en la tienda de la marina para ver las profundidades y no encallar… hablar con el encargado y preguntarle a dónde iría él… y que resulte ser un tipo majo y te descubra la joya de la corona: el Indian Key.
Es el último islote antes de adentrarse en la inmensidad del Golfo de México. A más de una hora y media de navegación desde la marina. Enfrente quedan, en línea recta y dependiendo de la dirección, claro, Cayo Hueso (Key West), Cuba, y Cancún, entre otros lugares.
Está lleno de aves marinas, y dispone de una lengua de tierra firme y arenosa, de unos 200 m. de longitud, que queda completamente inundada en la marea alta, y al descubierto en marea baja.
Se puede hacer snorkel, aunque al ser un punto de salida del agua del entramado de islas hacia el golfo, sí que hay corriente con cierta fuerza.
Escogemos un lugar donde anclar el bote y hacemos un picnic en la playa. Solos. No pasó nadie durante horas.
Una característica muy significativa del estado de Florida y, en particular, de su zona sur, es la absoluta volatilidad de su clima. Es bien conocida la foto en el coche viendo un sol radiante a través del parabrisas, y un cielo absolutamente negro y encapotado reflejado en el espejo retrovisor. Como la península de Florida es absolutamente plana, no hay ningún accidente orográfico que sirva de ancla o frontera para las corrientes de viento o nubes; así, un día maravilloso se puede tornar en un aguacero peligroso en cuestión de minutos. Porque cuando llueve en SOFLA, llueve de verdad. Pero de verdad. Y eso también implica que los pronósticos del tiempo, salvo en casos extremos, son de poca utilidad. En las aplicaciones meteorológicas se puede ver el radar de lluvias intensas atravesando la península a una velocidad tremenda. Un espectáculo.
Ajá, ¿ya habéis visto entonces la tromba en frente de nosotros? No, no estaba pronosticada, al menos con esa intensidad. Y si, hacia allí era la dirección a la teníamos que volver. A las 5 de la tarde, con unas dos horas más de luz. Una hora y media de trayecto entre islas de manglares donde a veces desviarte 5 metros a un lado o a otro, según las cartas de navegación, implica rozar con la hélice en el fondo.
Cuando ya habíamos comenzado el camino de vuelta, empezó a llover fuerte y nos tuvimos que dar la vuelta en medio del canal por el oleaje (con la tormenta se levantó mucho viento) y nos volvimos a refugiar en la foresta del Indian Key que se ve en las fotos, resignados a tener que navegar en medio de la noche, una vez se hubiese pasado la tormenta (que duraría una hora más, fue muy corta pero extrema).
Pero como la aventura no es completa sin riesgo, el oleaje y la corriente, ahora más fuerte, que llevaba el flujo de agua hacia el golfo… desancló nuestro bote. Estábamos a unos 30 metros, debajo de un techo improvisado con toallas y plásticos, pero afortunadamente uno de nosotros se dio cuenta de que el bote se había movido de sitio y nos lanzamos a agarrarlo y empujarlo de vuelta.
El ancla resultaba inútil, porque ese tipo de botes están equipados con anclas de poca superficie, típicamente para bahías y canales interiores. Así que no hacía fuerza de retención porque la arena del cayo era muy inconsistente y el oleaje se llevaba el bote golfo adentro si no lo evitábamos empujando unos y tirando de la otra parte con unas cuerdas otros. Poco a poco el bote nos iba metiendo más hondo. Y esto, en medio de la lluvia y ya con aparato eléctrico. ¡Glups!
Se nos apareció un ángel de la guarda -a quien quisiera expresarle mi agradecimiento otra vez, aunque sé que nunca leerá esto- en la forma de un señor de la ciudad de Marco Island que había venido a los Everglades a pescar con su hijo. Tenía un esquife pero con un motor muy potente, y al vernos se aproximó y nos pidió una cuerda, la ató a su esquife, y remolcó nuestro bote de nuevo hacia la parte menos honda, donde volvimos a intentar anclarlo; yo me puse un rato de pie en el ancla hasta que encontramos una piedra grande debajo del agua donde enganchar el ancla más firmemente.
Este señor refugió a su hijo en nuestro techambre improvisado y nos contó que a él, que era un experto en la zona, también le había sorprendido el temporal. Cuando amainó, nos montamos todos en las barcas, ateridos de frío, y emprendimos camino de vuelta. Sin acordar nada con él, y en lugar de salir a toda pastilla con su barco que era mucho más rápido, se dispuso delante de nosotros a 50 metros y nos fue guiando entre el laberinto de islas hasta que ya alcanzamos el canal principal -sin pérdida-, que fue cuando le estrujó el manguito al su motor fueraborda y se perdió en el horizonte en unos segundos.
Nosotros teníamos aún que rodear los canales dentro de la ciudad hasta llegar a la marina para amarrar y poder salir. Claro, por el día no hay problema, porque se ve. Pero por la noche, no teníamos sino las luces de los móviles y los reflejos de las pocas luces de la ciudad.. y estábamos literalmente rodeados de alligators (son los Everglades, es por la noche, vas despacito con el barco y se oye de pronto «clong»… eso es que le has pasado a uno por encima). Finalmente, llegamos exhaustos a la marina.. para encontrarnos al señor, que una vez puesto a su hijo a salvo, se esperó para cerciorarse de que nosotros habíamos llegado bien. Sin pedir nada a cambio, se despidió de nosotros y se fue conduciendo su pick-up de vuelta a Marco Island. Vaya un tipazo.
Nosotros hicimos noche en Everglades city, nos recuperamos… y al día siguiente volvimos a ir exactamente al mismo Island Key. Es un lugar tan fantástico que no pudimos resistirnos. El pronóstico del tiempo también era bueno, y saldríamos de vuelta antes de las 2 de la tarde, con tiempo de sobra para volver a la marina antes de que anocheciese, y de llegar a Miami.
Eso sí, antes de salir en el bote de nuevo, compramos una linterna potente en la marina, que uno nunca sabe.
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