ToreSplash

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Una de mis limitaciones más tristes es mi absoluta incapacidad para tocar apropiadamente un instrumento musical. Y no porque no lo haya intentado. De niño me fundí el Casio PT-1 que me regalaron, poniéndole etiquetitas de las notas musicales encima de las teclas y todo. Logré aprender a tocar «Para Elisa» de Beethoven. Y la tocaba. Y la tocaba otra vez. Y jugaba con los ritmos esos que tenía el órgano. La samba, la bossanova… y vuelta al «Para Elisa», que para eso era lo que me salía bien. Y después de aburrir a mi familia durante años, al final pues me aburrí yo también.

De jovencito lo intenté con la guitarra española, donde la cúspide de mis logros fue saber tocar razonablemente unas sevillanas. Más allá nada que rascar. Además, me gustaba mucho más bailarlas que tocarlas. Y el que toca la guitarra no baila.

A veces si veía a mi sobrino pequeño tocar torpemente un xilófono de juguete yo me sentía como Antonio Salieri, descarnado por dentro xD.

Siempre me había gustado la música electrónica, los sintetizadores de Vangelis, Jan Hammer, Faltermeyer, Mike Oldfield y Jean Michel Jarre.

(¿Sabías que Jean Michel Jarre ostenta el récord mundial de asistencia a un concierto con 3.500.000 personas (ajá, si, tres millones y medio de almas) con su Oxygene in Moscow? Y, no contentos con eso, en medio del concierto van y lo conectan con los astronautas rusos que estaban orbitando en la estación MIR?. Después de la conexión con la MIR, continúa el concierto usando como instrumento un haz de rayos láser. Mira la fecha del concierto y luego me cuentas. Después ya vendría Björk y su reactable, pero el pionero en la creatividad en música electrónica fue Jarre hijo).

Gracias a tener hermanos mucho mayores que yo, pude disfrutar Depeche Mode, la sobrada increíble del 101 de Depeche Mode, Chimo Bayo, Technotronic, New Order, Front 242, pero qué grandes los Technotronic y los deliciosos Deee-Lite

Para cuando llegaron The Prodigy (no me gusta la censura) , Datura, The Chemical Brothers, Underworld y Bomfunk MC’s ya no quedaba nada más de mi pendiente de ser vendido al dios Moog.

Tuve la inmensa suerte de que, durante mi adolescencia temprana, se creó un pacto entre mis padres, mi hermana -que es varios años mayor- y yo. Consistía en que los fines de semana, mi hermana podría volver más tarde a casa siempre que yo volviese con ella. Para mi hermana era un golazo porque siempre nos hemos llevado muy bien, y lo único que tenía que hacer era quedar conmigo en algún sitio y volvíamos en su Vespino. Para mis padres estaba bien porque a ambos hijos nos gustaba el mismo tipo de ambiente, nos teníamos que comportar responsablemente y cuidaríamos el uno del otro. Y yo sólo podría volver con ella si cumplía con mis obligaciones (estudios y deporte). Pero para mi fue, en realidad, un regalo que marcó mi adolescencia y nunca lo podré agradecer lo suficiente.

Como mis amigos del barrio no tenían hermanos mayores que saliesen tarde, se tenían que volver antes a casa. Cuando ellos se volvían, yo me juntaba con otra cuadrilla de amigos de más edad que sí que se quedaban más tarde, y empecé a frecuentar con ellos las segundas sesiones de los pubs y discotecas cañeros. Con mi hermana quedaba en verme en una discoteca a la hora que fuere y nos volvíamos tranquilamente. Y como todo iba bien y -de verdad- nunca tuvimos ningún problema con nada ni con nadie, nos ganamos más confianza y poquito a poco podíamos volver algo más tarde.

Así llega un momento en que cada fin de semana recibo pases y entradas para que yo y mis amigos entremos gratis a las terceras sesiones de las mejores discotecas de Córdoba. Tendría quizá 15 o 16 años y cuando el portero me miraba como diciendo «¿pero este chavalito qué hace aquí?», yo le enseñaba el pase firmado (¿»parranda club»?) y le decía «soy el hermano de…», y me dejaban pasar. No podía estar por mucho más tiempo, aún mi hermana y yo teníamos que volver a casa, pero me sumergía en un mundo de música electrónica, djs y gogós absolutamente maravilloso.. Y era ahí y a esas horas donde se pinchaba el Techno de qualité. Y si ese domingo tocaba partido de fútbol -estaba federado en el equipo del barrio- pues yo llegaba arrastrando la cruz, pero llegar, llegaba. Mi padre siempre me dijo «gallo de noche, gallo de día». Y yo cumplo.

Pasado un tiempo ya no se hizo necesario ni pacto ni nada. Mi hermana y yo seguíamos coincidiendo porque frecuentábamos los mismos sitios, pero cada quien volvía por su lado. A mí me seguían llegando los pases y poco a poco fui expandiendo el radio de acción, siempre buscando la música mejor electrónica. De Caché, Plató, Zahira, Spinnaker y el Teiker en el centro, a La Bola y Disco 3 en la sierra. Y descubrí el mejor de todos, La Bastilla. Un angosto sótano en Los Patos que abría a partir de las 3 AM.

La calidad de la fiesta mejoró cuando ya pudimos apañar un coche y salíamos a las discotecas de pueblos de Córdoba, como a la Joker Queen en La Carlota o al PK2 en Villarrubia. Y una vez que pillamos confianza con el coche, comenzamos a hacer la ruta del boquerón: empezábamos en algún garito en el centro de Córdoba y nos íbamos desplazando de discoteca en discoteca (Joker Queen, La Rambla) hasta llegar aún de noche a Málaga, a la discoteca Cuic en Torre del Mar o la Palladium en Torremolinos. Allí terminábamos la fiesta -recuerdo que una de ellas tenía piscina dentro de la discoteca, no me acuerdo cuál- y nos íbamos a la playa a dormir un rato debajo de las tumbonas o de los botes hasta que pegaba el sol fuerte. Entonces volvíamos a casa como podíamos y yo intentaba llevar churros para congraciarme. Lo de ir a Málaga no lo hice tampoco muchas veces porque en gasolina se nos iba un yescal y acababa destrozado para el resto de la semana. Además de que no quería explicar lo de la arena en mis zapatillas.

Luego entré en la universidad y abandoné completamente la fiesta como la había conocido. Aunque me seguía encantado la música electrónica, el ritmo de estudio no me dejaba salir como antes y además empezamos a hacer sesiones caseras en el piso vacío que tenían unos amigos. Comenzamos a escuchar Jazz electrónico (Saint-Germain), Lounge (The Thievery Corporation), Trip-Hop (Massive Attack), Electro-Rock (Rinôçérôse) o Electro-Clash (Vive la Fête), aún cuando seguíamos con el techno-house (Liquid California).

Pasados unos años en mi familia acogemos a un nuevo miembro, que resulta ser un reconocido DJ en Ibiza. Cuando fui a visitarlo a su casa tiene dos Technics SL-1200MK2 y una mesa de mezclas en el salón de su casa. Para qué quiero más.

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Y, de repente, se me hace la luz: acepto no ser bueno tocando un instrumento, pero quizá si que pueda serlo mezclando la música que otros tocan. Y además es un hobbie más creativo que los videojuegos -a los que también fui un gran aficionado en su momento-.

Decidido así, y pasados unos años cuando me lo puedo permitir, me compro dos platos Akiyama, una mesa Gemini P626 y un Serato Scratch y monto mi primer set en mi apartamento en Madrid. Me relaja y me ayuda a desconectar de jornadas largas de trabajo. Mis amigos, mofándose un poco, me bautizan como ToreSplash. Ya podéis ver el problema que tengo. Me encanta.

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Cuando en Navidades vuelvo a Córdoba por varios días, instalo el set en el piso de Gran Vía Parque, para hacer pre-fiesta antes de salir a celebrar.

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En esa época tengo la fortuna de coincidir en mi equipo de trabajo con dos DJs semiprofesionales y me van pasando los temas de techno-house-minimal que ellos van pinchando en sus bolos. Aún los conservo. En alguna reunión que hacemos fuera de la oficina se llevan sus sets y me los dejan usar.

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Cuando tomo la decisión de mudarme a EEUU, y considerando que inicialmente mi plan era permanecer allí sólo uno o dos años, decido repartir las cosas de mi piso entre familiares y amigos. Sabiendo que en los primeros meses me esperan días muy largos de trabajo, en las dos maletas que viajan conmigo llevo, literalmente, los dos platos, la mesa de mezclas y el Serato. La ropa que me llevé era sólo para acolchar las maletas y que los trastos llegasen vivos. Funcionó. (Excepto los trajes de vestir, la ropa en EEUU es, en general, de mucha mejor calidad y mucho más asequible que en España, con lo que tenía más sentido comprarla directamente allí). Mi jefe-socio no daba crédito cuando me vio aparecer.

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Resulta que los platos Akiyama no funcionaban muy bien con el cambio a 60 Hz. desde los 50 Hz. de España, y la frecuencia de rotación de los platos no era estable, así que tuve que cambiar los platos por unos Audio Technica LP-120 americanos. Los Akiyama acabaron en Buenos Aires, en casa de uno de los mejores amigos que he tenido en la vida. La electricidad en Argentina también va a 50 Hz.

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Después cambio los cascos ñapa que tenía por unos estupendos Sennheiser HD-25, la mesa a una Gemini PS3 y añado un iPad con el app de sintetizadores Korg al tercer canal de la mesa.

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Pasado un tiempo me surgió la oportunidad de hacer un bolo en una fiesta particular en un bar. Fue muy divertido.

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Volví a actualizar el set reemplazando el Serato Scratch por un Rane Serato SL-2 y queda en su forma final:

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Así era el set que dejé atrás cuando volví a España. Ahora estoy buscando la mejor manera de seguir practicando este hobby pero de una manera menos aparatosa. El set, con el cofre y el taburete se comen un buen trozo de habitación. Aunque adoro el tacto de los vinilos, son tan delicados y pesados que los tuve que dejar en EE.UU. antes de volver. Así que creo que me voy a decantar por un controller de jogwheels de dos canales para hacer beatmatching que quepa en una mochila y ya.

Mi perfil en Sound Cloud:

Últimamente me está dando por el Future Funk y el Electro Swing. ¡A gastar la suela de las zapas! Como hacían ellos, todo molones:

PD.- ¿Te acuerdas que al principio comenté que no era muy bueno tocando instrumentos musicales? Pues resulta que de pinchadiscos tampoco es que lo borde. Es como si tuviese un oído enfrente del otro jejje. Un desatino. Y ojo, que me autodefino como pinchadiscos. Quicir, un disco en un plato, otro disco en el otro plato, beatmatching y a volar. Lo que viene a ser, literalmente, pinchar discos. De DJ, MC u otras sofisticaciones ni me lo planteo. Es simplemente un hobby muy entretenido y también, de alguna forma, creativo.

PD2.- Pioneros inesperados del electro-clash: Martin Galway programando directamente en el hardware de un chip SID de 8-bits el midi tune más cañero de la historia: la entradilla del videojuego Arkanoid para Commodore 64.

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