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La hora de comienzo del segundo día fue chispa más o menos la misma que la del día anterior. No me había sido fácil conciliar el sueño -en las literas a mi izquierda dormía –aún vestida– una pareja que competía por el do de pecho ronquil: ella era mezzosoprano y él barítono, y aunque el volumen no era angustioso, sí que se hacía notar. A mi derecha, separados por una tabla de madera de medio grosor, dormían dos individuos; uno de ellos era algo peculiar, y parecía muy molesto por los ronquidos. Ya entrada la noche, y estando yo en vigilia, creo recordar que golpeó la tabla que nos separaba, supongo que para intentar que parasen los ronquidos; parece que creyó que era yo quien roncaba. En el juego «Hundir la flota» eso es agua y pierdes el turno.
Una de las ventajas de hacer el camino en una época en la que el curso escolar ya ha comenzado es que, para los que vamos sin reserva previa de alojamiento, encontrar acomodo no es imposible. Los albergues municipales, por ejemplo, no admiten reservas, y se van llenando según van llegando los peregrinos a lo largo del día. Si tu plan es pernoctar en ellos, hay un claro incentivo en levantarse cada día muy temprano y llegar pronto a destino para garantizar una buena litera.
Otra forma de hacer el camino es levantarte cuando sea que te levantes y llegar a destino cuando sea que llegues. Entonces empieza la búsqueda de acomodo y es posible que tengas que hacer dos o tres cabriolas porque tus primeras opciones no están disponibles. Estamos en Europa occidental, es muy segura y con servicios por doquier. Lo peor que puede ocurrir es que tengas que pagar más por dormir esa noche, o que tengas que coger un taxi; ¿dónde está el drama?.
Ser un peregrino rezagado tiene también sus ventajas: se evitan aglomeraciones al desayunar, y cuando llegas al destino cansado, sudoroso y quizá mojado, los baños están libres porque los peregrinos madrugadores ya están todo maqueados visitando el pueblo. Todo es de color.
Ese día hice uso del servicio de porte de equipaje que ofrecen diferentes empresas a lo largo del camino. La mochila se deja en alguno de los puntos de recogida -habitualmente los albergues, pero también pueden ser bares o restaurantes-. En un sobre se indica el nombre y el destino y se meten 4 €. Y uno se va. No hay un gran control de quién dejó el qué, ni miran el destino ni nada de nada. La mochila se queda ahí y luego la cargan a una furgoneta. La primera vez da algo de yuyu dejar todas tus pertenencias así -sobre todo porque necesitas la ropa para continuar y dormir- pero el Camino es un entorno de alta confianza mutua. Las mochilas llegan a un restaurante, dices «ésa es la mía» y no te mira el carné de identidad ni Pirri cuando te la llevas por la puerta. -«Extrañamente, todo sale bien» -«¿Cómo?» -«No lo sé, es un misterio»
El día se levantó con mucha bruma. En una cafetería en la plaza del pueblo desayuné una tostada con mantequilla y dos picos de croissant. Eran alrededor de las 9 y la calle estaba desierta, hasta que de pronto las puertas de la Iglesia de San Nicolás se abrieron y empezaron a salir peregrinos.. ¡habían ido a misa!. Por mi desarraigo a la religión, en general, ni se me había ocurrido.
Al salir de Portomarín de nuevo hay dos posibles rutas: la alternativa se adentraba en un bosque, mientras que la tradicional era por la carretera; la alternativa te recibe con una escarpada cuesta de casi 1 Km. hasta coronar el monte de San Antonio. A partir de ahí, a media mañana, el cielo se abrió.
La ruta alterna tramos en paralelo a la carretera con otros en los que uno se adentra en los bosques y prados.
Almorcé en un pequeño establecimiento llamado O Castro, cerca de Castromayor. Estaba atendido por dos chicas majísimas que no tuvieron problema en acomodar una petición no habitual: añadir un huevo frito a un bocadillo de lomo con queso. Aunque no tenían servicio de mesa, me trajeron mi vianda a la terraza-jardín porque, cómo no, yo estaba un poco ennortao y ni oí que me llamaban en la barra. Un gustazo de almuerzo rodeado de algunos perros que esperaban pacientemente que algún comensal compartiese con ellos algo del plato.
Unos Km. más adelante se escuchaba música a mucho volumen. Había varios coches aparcados a ambos lados del arcén de la carretera y de pronto me encontré con un escenario donde la Charanga Ardores deleitaba a su público con temas que iban desde la bachata y la salsa hasta música tradicional gallega. Era la fiesta de Ligonde y los vecinos se habían congregado para disfrutar bailando bajo una carpa con barra de bar. Huelga decir que unos cuantos peregrinos -incluida una pareja de jóvenes chinos encantadores- decidimos pararnos a participar de la jarana. Lo mejor fue cuando los vecinos abrieron el corro en el que estaban bailando para que los peregrinos se uniesen y allí que bailamos y reímos gente de diversa procedencia con aquellos simpáticos paisanos. La chinita lo estaba flipando. Embadurnarse de buena vibra se le llama a eso.
Había que retomar el camino porque no tenía alojamiento y tampoco era cuestión de llegar de noche. El camino transcurre por carreteras comarcales que nos llevan por los pueblos de Airexe, Portos, Os Valo, A Mamurria, A Brea, Avenostre y O Rosario. La entrada a Palas de Rei se hace por una zona recreativa muy extensa, que hace pensar que es un pueblo bastante grande.
Al llegar tan tarde, el albergue municipal situado en el centro del pueblo ya estaba completo. Había disponibilidad en el que estaba a las afueras, con lo que tendría que desandar una vez recogida la mochila. Empezaba a arreciar la lluvia, pero afortunadamente había sitio en el más cercano albergue Zendoira. Además ya necesitaba hacer una colada, por lo que no quería perder más tiempo. En honor a la verdad: queda muy guay la historia ésa de que llegando más tarde al albergue uno se encuentra los baños más disponibles y blah blah blah. Pero hay que contar también que la cola en la lavandería se forma cuando los peregrinos ya se han aseado, por lo que si llegas mojado o sucio, no vas a poder poner una lavadora hasta las 11 de la noche. Que es lo que tuve que hacer. Menos mal que un alma caritativa se apiadó de mi y me prestó un par de calcetines limpios para poder ir a cenar, lo cual agradezco profundamente. Creedme que unos calcetines secos y limpios son un bien muy preciado en el Camino cuando está lloviznando. Tenkiu! <3
La noche en Palas de Rei parecía más animada que en Portomarín. Al ser un pueblo más grande tiene más oferta y hay más gente en la calle.
Cené en el Café-Bar O Cruceiro, un establecimiento no tan grande de locales para locales, donde las personas que atendían fueron extremadamente gentiles. Allí cumplí una de mis promesas: me ofrecieron queso y yo acepté, algo inaudito en mí. Era un queso local, que inicialmente pensé que era el afamado Queso de tetilla, pero siendo que estábamos en la zona de Arzúa, existe la posibilidad de que fuera un queso de la variedad Arzúa-Ulloa. Indistintamente: ¡estaba bueno! Bueno al nivel de saborear con gusto un trozo de tamaño no infinitesimal. El queso de tetilla se une a la mozzarella, los tranchettes y la burrata en mi universo de quesos: ¡sigo avanzando!
El final del día fue remarcable. Al volver al albergue ya entrada la noche y con el toque de silencio activo, fui a usar la lavandería en el sótano. ¡Pero ojo! Aún había peregrinos usándola a las 11 de la noche. Así que mientras tanto estuve en el salón del albergue haciendo mis brebajes para dormir; al rato apareció un peregrino para hacer estiramientos en el suelo. Un capo, se estaba bajando una copa de vino blanco entre ejercicios. Hubo otra chica que también se puso a hacer estiramientos a su bola, estos un poco menos ortodoxos, más rollo yoga. El Camino nunca duerme.
En mi habitación también dormía un señor norteamericano de avanzada edad -aunque con muy buen aspecto físico. El señor E. venía haciendo el camino desde Navarra, más de tres semanas. Cada día se levantaba temprano y andaba hasta la hora de comer, y allá donde le pillase buscaba alojamiento. Un señor muy simpático e interesante; fue un encanto hablar con él. Es una verdadera pena que dentro del señor E. esté atrapado el león de la Metro-Goldwyn-Mayer, que lucha por salir todas las noches. Tras dos horas de excelsos rugidos, aún cuando tenía tapones en mis oídos, yo estaba ya por saltar a su cama y hacerle un exorcismo o algo. ¿Cómo queréis que salga de los primeros al día siguiente? Nota mental: investigar estadísticamente si los que cada día comienzan los primeros el camino son los que roncan más ruidosamente. Corolario: explorar la teoría de que los ronquidos en Re Mayor son, en realidad, una herramienta para eliminar competencia de encontrar plaza en los albergues al día siguiente 😛
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