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El Camino de Santiago ha sido un pendiente personal desde tiempos inmemorables pero al vivir tantos años fuera de España la posibilidad de un viaje transoceánico para hacerlo no surgió con la solidez necesaria.
Todas las referencias que he recibido de personas que han hecho el Camino son positivas. Más allá de las esperables dificultades físicas -y climáticas- los peregrinos transmiten un ambiente de paz y colaboración.
Voy a tomarme el camino como una oportunidad de crecimiento interior, y para ello voy a aprovechar para enfrentarme -o, mejor dicho, no evitar- algunas cosas que nunca me han resultado agradables, como es el dormir en habitaciones compartidas -o los baños compartidos. También me he prometido probar cualquier comida que me ofrezcan -incluso si es queso curado- y voy a intentar escuchar más de lo que hablo. No está mal.
La ruta de llegada está condicionada por la logística de transporte entre Córdoba y Sevilla, que es el aeropuerto más cercano para llegar a Galicia. Los vuelos que he escogido son aquellos que, por horario, me permiten usar un medio de transporte público para desplazarme, excepto la vuelta a Sevilla, donde llego un poco pasado para coger el último tren o autobús. Todavía tengo que definir qué hago después de aterrizar. Me he creado una cuenta en Bla Bla Car y he encontrado a una persona que milagrosamente sale del Aeropuerto de Sevilla y va hacia Córdoba esa misma noche, pero aún no me ha aceptado como acompañante. Espero tener suerte.
Voy a emplear un total de 7 días en el viaje. Voy a hacer la ruta típica de 5-6 jornadas ~100+ Km. para que compute como peregrinación y a dormir en albergues de peregrino y comer el menú del peregrino. Creo que una semana como toma de contacto con El Camino no está mal.
Durante los últimos meses he experimentado un cambio notable en mi condición física. He adquirido cierta consistencia en mi rutina de ejercicio que me ha llevado a disfrutar las sesiones en el gimnasio y en la piscina. En la parte cardio no estoy, sin embargo, en gran forma. Es otro de los retos que quiero superar en este Camino.
Llegada a Sarria
El viaje se hizo largo pues las combinaciones de horarios de transporte público no son óptimas; empleé 11 horas en llegar. Cielo nublado pero temperatura agradable.
Como en mi es habitual, siempre que no sea una fecha señalada -como, por ejemplo, un puente- prefiero no hacer reserva. Improvisar tiene su encanto: tengo cama en una habitación mixta de 20 personas… en las que sólo hay un matrimonio en la otra punta. Así que el primer día: sin agobios, el albergue (casi) para mí nada más 🙂
Con tiempo sólo para cenar, me dirigí hacia la calle Malecón, en la ribera del río Sarria, que es pintoresco a su paso por el pueblo.
El río Sarria a su paso por el pueblo homónimo:
Una vuelta breve por los alrededores y a intentar descansar para mañana.
Un tema que me preocupaba es el peso de mi mochila. Ya había realizado dos veces el proceso recomendado: vaciarla encima de la cama y descartar, no matter what, el 20% de su contenido/peso. A mí sólo me hubiera significado una diferencia, por su peso, dejar el saco de dormir en casa, o el impermeable. No pude pesarla pero calculo que mi mochila pesaría 11 o 12 Kg. Se suele recomendar un máximo de un 10% del peso corporal. Estrictamente hablando, es una aproximación porque hay elementos que pesan igual en la mochila independientemente de tu peso corporal. Pero entiendo que es una buena aproximación para aquellos que pesan más de 90 Kg. Ya veremos mañana cómo se da la cosa.
Al volver ya de noche de cenar en un bar del malecón vi que en la cafetería del albergue en el que estaba alojado había movimiento. Me asomé y ví que estaban viendo fútbol: Champions League, Mónaco vs. Barcelona. Así que me animé y pensé en tomarme una cerveza viendo el partido con los paisanos locales. Cuando intenté abrir la puerta de la cafetería, estaba cerrada desde dentro. El dueño/encargado -que me había atendido para hacer el check-in esa misma tarde- entreabrió la puerta y me dijo que estaba cerrado. Le pedí disculpas, le dije que no sabía que estaba cerrado y que sólo quería ver el Barça, pero que me daba la vuelta sin problema. El hombre entonces abrió la puerta para que pudiera pasar y me dijo que esos eran sus amigos que se reunían para ver juntos el fútbol, pero que el bar no podía estar -oficialmente- abierto. A lo que yo asentí, me pedi una cerveza, y disfruté el partido rodeado de gallegos jurando en arameo-galego porque el Barça iba perdiendo. Buen rollo para empezar el camino.
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