Chapter 3: El sueño de un muerto

– Ese hijo de puta del Mustafá me engañó ayer, seguro. ¿Cómo no va a haber botellas de JB en toda la ciudad? Si no fuese por el perico que me consigue, le hacía una corbata siciliana, mi buen amigo Sollozzo. Eso sí, cuando se me vaya el puto martillo pilón que me está taladrando el cráneo, voy a ir en busca del Pepe en rose y le voy a dar matarile. Qué cabrón, cada día está peor el licor de patata que hace. Entre hostia y hostia le voy a enseñar cómo se usa un puñetero alambique. Me cago en toda su puta madre. Pásame las gafas, qué mierda de Lorenzo.

El sol de media tarde se colaba por los agujeros de la persiana completamente echada. De vez en cuando me dan arrebatos de enfermero abnegado, así que fui al lavabo del cuarto de baño y le colmé un vaso de agua. Gallo de noche, gallo de día, pero Marcelo es de los que si olvidan sus Ray-Ban sunglasses queda convertido en cenizas ipso-facto. Cuando está de campaña es otro –hay que ganarse la vida-, pero en el dead-end las cosas son diferentes. Aquí el tiempo no cuenta para él, y ello implica que no cuente para ninguno de los que estamos con él. Da igual. Le da igual todo.

– Anoche se me presentó un anciano, con pinta de noblote, queriendo comprar dos sitios en el próximo cruce. Para él y su nieta. Nosequé de su familia perdida en nosequé desgracia y blah-blah-blah. En definitiva, cuatro gramos limpios por cabeza. De plata.

– Shit. ¿El viejo gilipollas aquel con el que te tiraste media noche hablando?

– Se empeñó en explicarme razonadamente el porqué de la urgencia de su petición. E incluso acabó por presentarme a su nieta. Lola. Un encanto de niña.

– Tú eres maricón, a ver si por un par de tetas de una yogurina lo vas a olvidar. De todas formas, cuatro gramos de plata es poco. De oro, tiene un pase. –No bebió ni un sorbo del vaso que le ofrecí, en cambio se encendió un Lucky, privilegio de escogidos-.

– Marcelo, no me jodas –no pude reprimir mi estúpido espíritu de Lancelot-. Hace tres días aceptaste dos gramos de plata por un sitio en el próximo cruce. ¡Y con esta gente serían ocho! ¿Qué cojones pasa ahora?

– Mira, Juan María –me llama así cuando quiere fastidiarme, pero siempre en privado-, ya sabes que no me impresionas cuando te pones a decir tacos, gilipollas. Me entran ganas de hacerte snifar el puñetero efferalgan que me pienso tomar en cuanto encuentre la puta caja, tiene que estar por aquí. Mierda. A ver si aprendes de una jodida vez, coño. Si un viejo te ofrece de buenas a primeras cuatro gramos de plata limpios por el cruce, es que tiene mucho más guardado –tosió enérgicamente-. Los viejos son previsores, y no querrá aventurarse en Africa con una mano delante y otra detrás, ¿entiendes, chacho? Y, a parte, el yogurín ése que le acompañaba no tenía pinta de haber roto un plato en su vida, mucho menos de escarbar la tierra para plantar lechugas. Puta. ¿Crees que no me di cuenta de que el viejo me quería hablar? Con las manos cruzadas a la altura de su polla, alargando el cuello para buscarme la mirada sin llegar a molestarme. Anda y que se joda. Mira, chavalito, cuando alguien se dirija a ti de esa forma, sólo puede deberse a dos cosas: o es más pobre que una rata o está acojonado por todo lo que lleva encima y quiere aparentar ser humilde. Al estilo milana bonita. Ahora dime quién de los Santos Inocentes te ofrecería ocho gramos de plata limpia por el cruce.

– Puede haberlos robado. Y La vie en rose no es precisamente un lugar donde uno estar tranquilo sin mirar su espalda de vez en cuando. Y menos con tu nieta –que está bien buena- entre tanto cosaco. Es lógico querer aparentar que estás sin blanca, incluso aunque realmente lo estés.

– ¡Y una mierda! Alguien que roba… digamos, ¿qué se sho? Veinte o más gramos de plata, no se va cogiendo la polla por ahí mientras mea pilas. Ahora hay que echarle muchos cojones. Ni la policía, ni los jueces, ni las cárceles funcionan. Todos temen a todos. No me jodas. Ese viejo maricón es un puto terrateniente y está forrado; seguro que quiere cruzar para montarse una hacienda en pleno Kilimanjaro rollo boer y criar ñús y poner plantaciones como en el puto latifundio sevillano del que viene. ¿Qué pasa, hostia? ¿Que hasta medio borracho y resacoso puedo verlo y tu mierda de ñoñería no te deja abrir los ojos?

– Precisamente la resaca no te deja ver las cosas con claridad. Puede ser un pobre señor intentando salvar a su nieta. Admite la posibilidad. Además, ya cerré el trato con él. Si confías en mí, has de hacerlo para todo – supuse que ese ataque a su clarividencia post-patata minaría su resistencia. Error-

– Vamos a ver, Juan María. No me recuerdes lo que confío en ti, porque un día de estos me voy a parar a pensar en serio por qué cojones lo hago. Si cerraste el trato y quieres mantener tu palabra con el viejo, entonces encuéntrales tú un cruce y los ocho gramos para ti. ¿Me traerías una cerveza del minibar, por favor? La cabeza me va a estallar –Cuando se pone educado, ya sabe que va tres pasos por delante-

– Sabes que no me va ese rollo. Si no te parece bien, no se hace. Tú mandas. No hay más que hablar –le abrí la cerveza contra el canto de la encimera de la kichenette-

Claudicar contra Marcelo habitualmente abre la caja de las esencias: una vez se sabe ganador, puede hacer gala de su magnanimidad.

– No te puedo dejar con el culo al aire, marica histérico, porque nadie confiaría en ti de nuevo para cerrar un trato y yo no me podría concentrar en lo que realmente me importa –hizo una pausa para beber un trago largo de birra-. Mira, le vas a pedir, echándome a mí la culpa, cinco gramos de plata limpios por cabeza. Si los acepta, le dices que el siguiente cruce está lleno y que ha de esperar una semana hasta el próximo. Como tendrá pasta, no le importará. Ahora bien, si los rechaza, le cobramos dos gramos per tête y los metemos en el próximo cruce ¿Qué te parece? ¿Fair play, monsieur?

No sé si lo que me fastidia más de Marcelo es que ahora que se encuentra a sí mismo en una posición dominante, se dedique a jugar a ser dios. Un dios, el que sea. Se cree por encima del bien y del mal, o acaso ni le va ni le viene. Escoge personas de aquí y de allá y procede con su proceso de análisis psicológico propio que aprendió en algún libro de Edelvives, y aplica el juicio sumarísimo de embarcarlos en un cruce o en otro. Pata negra o no. Puesto que su evaluación es lo más frívolo que he visto en mi vida, su criterio me parece dantesco. No sé cómo hace para poder discriminar entre la marea de gente que acude a él, y francamente creo que no le importa nada. Para él hace tiempo que la masa dejó de tener ningún tipo de consideración, y, a su manera, creo que intenta ser un Robin Hood moderno, extorsionando a la gente con posibles, y favoreciendo a los parias de la tierra ¿A cuánta gente habrá enviado al encuentro de los aduaneros africanos?¿Cuántas vidas habrá sesgado al ser repatriadas a Vichy, Bruselas, Berlín, Ginebra? –estos puñeteros franceses, siempre tan especiales, tenían que trasladar otra vez la capital a Vichy, si no dan la nota no se quedan a gusto-. ¿Será que quiere emular a Fidel, e invadir la tierra con la que que sueñan los emigrantes con lo peorcito que respira en Europa? No creo, tampoco le tiene aprecio a lo que se queda de este lado.

Siendo sincero, lo que más me fastidia de Marcelo es que se resiste a que lo pueda comprender. El viejo pagó diez gramos de plata limpia para embarcar en un cayuco destino patrulleras de Marruecos once días después. Lo siento por Lola. Tan bonita que era. Durante todos aquellos días de espera, Marcelo ni siquiera intentó tirársela.

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